Aunque nada más quisiera yo que poder tener la decisión.
sábado, 30 de octubre de 2010
Ves un camino y lo seguís y ya no importa a dónde te lleve, mientras te aleje de aquel lugar en el cual ya no querés estar. Y quisieras que fuera fácil, pero sabés que no va a serlo, que va a haber trabas y obstáculos, pero aún así estás resignada: todos los caminos los tienen, en mayor o menor medida. Y la medida de las cosas a esta altura ya no es importante y esa es la principal razón de tu pasividad. Equivocarse o no hacerlo no dan igual, pero tienen la misma importancia. De lo primero se aprende, lo otro es, simplemente, suerte. Entonces, muy en lo profundo, sabés que el camino elegido no define lo que sos, ni lo que hacés, ni tu futuro. Porque lo que tenés que saber, lo vas a aprender de todas maneras. Entonces, ¿cuál es el problema de todo esto? El costo. Pero eso se amortiza. A la larga, lo que sea que duela va a dejar de hacerlo, lo que sea que extrañes va a dejar de doler, lo que sea que no sirve va a ser libre. Los sentimientos son mutables, por eso los caminos lo son. Y como los sentimientos no se eligen, los caminos tampoco.
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