jueves, 19 de mayo de 2011

En este poco tiempo, Gregorio y yo desarrollamos una relación de amor-odio. Creo que tardamos sólo un día en llegar a eso y, considerando que su aparición data de tres días atrás -en los cuales lo vi crecer y madurar como una madre a su hijo-, creo que la velocidad a la que nuestros sentimientos evolucionaron, dice mucho. Bueno, sentimientos.. ni siquiera puedo decir que él tenga alguno.
Pero así es la cosa y llegamos a mimetizarnos tanto que yo simplemente sé ciertas cosas. Cuando una persona me mira no tengo ni que evaluarlo, sé que está pensando en Gregorio. Cuando la gente me ve por la calle, me doy cuenta que notan la esencia de Gregorio en mí. Él me persigue, está conmigo siempre y, en los últimos tres días no pude sacármelo ni un segundo de encima. Pero, aún con esas sensaciones en mí, me daría cosa tener que dejarlo ir porque él fue uno de los pocos que, en estos días de mal humor, le puso un poco de carcajada a la vida. Chistes en base a él, observaciones, incluso el entretenimiento de darle un nombre valió la pena. Gregorio nos dio una razón para ser felices y alegrarnos y me dio a mi una buena razón para reírme de mi misma. Y para que el resto de la gente se ríera de mi también, claro.




Para aquellos que se lo preguntan, Gregorio es mi grano y es tan, pero tan grande, que mis amigos le pusieron nombre. Y no pregunten, no hay foto, prefiero no dejar registro fotográfico.

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