miércoles, 17 de agosto de 2011

Ayer me di cuenta de que soy exageradamente polleruda. El martes a las cuatro de la mañana me sentí tan tan tan mal que terminé en el baño devolviendo la riquísima lasagna que me había preparado mi novia. Pobre, no tiene la culpa, no es mala cocinera ni nada por el estilo. Juro y perjuro que fue la carne del chino, ya me habían advertido que no la comprara pero, como lo dije previamente, soy cabezadura y no hice caso.
Volviendo al tema, mi día de ayer fue bastante malo. Mi novia se tuvo que ir a trabajar a las siete de la mañana y yo estaba súper despierta a la espera del siguiente impulso vomitivo. Por ende, desde las siete, estuve completamente sola. Sola, despierta y con mi mente.
Uno supondría que, con tanto tiempo al pedo, me puse a reflexionar sobre mi vida y llegué a grandes conclusiones sobre ella que me iluminaron el camino e hicieron que esa gastroenteritis valiera la pena porque puedo encarar mi futuro con una nueva perspectiva y sabiendo el verdadero sentido que quiero darle a ésta. Bueno, no, nada de eso pasó. Mis únicos pensamientos giraban alrededor de un mismo círculo que iba desde "creo que tengo fiebre" [Que la tenía. O según Caro, "temperatura, porque fiebre es a partir de los treinta y ocho grados". (No sé por qué tanta diferencia de términos, mi mamá me enseño que treinta y siete y medio es fiebre pero muy leve y no para poner pañitos de agua, lo cual, a la larga termina siendo lo mismo pero con otro término.)], "me duele la espalda" (a que los re mareé con los corchetes y paréntesis anteriores y tuvieron que volver a leer para ubicarse), "quiero a mi mami" y "me gustaría que mi novia esté acá". ¿Ven que soy mega polleruda? Creo que hasta yo me sorprendí.



O no.



Sí, post pedorro. Hace más de veinticuatro horas que no como, no pueden exigirme más. ¡Mi cerebro necesita glucosa externa!

1 comentario:

maria pena dijo...

¿Quién no fue polleruda alguna vez?