lunes, 8 de agosto de 2011

Siempre fui una persona de ideas claras. Tal vez demasiado claras. Algunos dirían que soy algo terca, que me cuesta cambiar de punto de vista, que soy difícil de convencer.. y tendrían mucha razón. Me cuesta aceptar los puntos de vista ajenos, me cuesta entender que alguien pueda sentir distinto a como yo siento. Me cuesta darme cuenta de que más de una persona puede llegar a tener razón sobre un tema y, aún más si esa persona está discutiendo conmigo. Me cuesta creer que una persona pueda tener una mente cerrada, que sea racista, discrimine por sexualidad, sea religiosa hasta el fanatismo o proteccionista de animales al extremo. Pero, gracias a ese tipo de gente extremista, me di cuenta que yo también lo soy. Que me pongo de la otra vereda y acuso de intolerante a gente que yo misma no tolero. Que, para poder decir eso, hasta yo misma tengo que aprender a convivir con ellos y dejarlos ser, porque tienen derecho a decir lo que quieran decir, porque el aire es libre. Aunque lo que digan me parezca retrógrado y me indigne. Aunque me duela. Aunque me lo escupan en la cara, es su pensamiento y tienen derecho a decirlo. Y yo tengo derecho a tratar de refutarlo o a no querer escucharlo y por eso ignorarlos. Y puedo tomar cualquiera de los dos caminos, siempre y cuando la opción no sea callarlos. Porque es con el debate que se desasna la gente, con el intercambio, con la confrontación de ideas. Todo eso me lo explicó mi padre, aquel que se dio cuenta de que yo misma me estaba volviendo aquello de lo que me quejaba.
Y últimamente me tocó aprender bastante. Y, supongo que era porque estaba aprendiendo que no estaba actualizando, porque me estaba actualizando yo. Me tocó aprender, también, que la gente puede sentir distinto, muy distinto. Que las palabras que para uno significan una cosa, para otra no significa precisamente lo mismo. Que tienen tantas acepciones como personas existen. Estas últimas cosas, las aprendí de mi novia, persona completamente distinta a mí, persona a la cual me costó adaptarme en un principio, precisamente, por mi mente tan cerrada y terca que se negaba a cambiar y a admitir que las personas son diferentes. Necesitamos una crisis grande para entender las dos que, a pesar de que todo nuestro pasado nos separara, queríamos un futuro juntas e íbamos a tener que adaptarnos por él.
Y, hoy por hoy, puedo decir que sí, que mi forma de amar es distinta a la suya, que mi forma de manejarme en la vida también lo es, que tengo distintas prioridades, que mi manera de adaptarme al mundo difiere bastante de la suya, pero que, aunque no comparto algunos de sus métodos, los acepto y la acepto a ella como es y sin querer cambiarla. Porque eso es amor. Y del verdadero, del que respeta.

Y con eso nace en mí una pregunta ineludible: ¿será que todo lo que tuve que pasar hasta ahora en mi vida en cuestión de relaciones fue, simplemente, para tener la experiencia, conocimientos y voluntad de adaptarme a su presencia en mi vida? Y la respuesta no se hace esperar: seguro que lo fue. Si ella hubiera aparecido antes,  no habría estado lista para estar con ella, no habría estado dispuesta a cambiar, porque no lo estuve hasta hace un tiempo. Porque necesité entender en qué me había equivocado todas las veces anteriores para evitar cometer los mismos errores con ella. Porque necesitaba estar dispuesta a ceder. Y ahora, finalmente, lo estoy.

1 comentario:

Miss.K dijo...

Muy lindo lo que escribiste, y muy lindo que hayas aprendido tanto =)
Tengo una objecion parcial: a mi no me rompe las bolas que la gente piense distinto a mi y piense que hay ornitorrincos magicos en el inodoro, el tema es cuando esa gente tiene poder de decision y por ende me puede perjudicar (por ej, los fanaticos religiosos y las leyes abortistas o de matrimonio igualitario; que frenan ese tipo de propuestas).