La topetitud de lo bizarro.

Acabo de volver del supermercado y me pasó una de las cosas más raras que yo recuerde. Volvía caminando con todas las bolsas en las manos, la transpiración y la ausencia de una ducha decente después de una noche agitada (suelo bañarme de noche, por ende, me baño después de las siete y aguanto mugrienta todo el día. A no juzgar, che, sobretodo porque además hoy estoy sola). Caminaba ensimismada en mis pensamientos -que, debo decir, en ese momento se centraban simplemente en cantar en voz muy bajita "Incomplete" de los Backstreet boys- cuando un señor de unos sesenta años con un bebé me intercepta preguntándome "¿qué vas a comer de rico esta noche?". Yo me reí y dije la verdad, que todavía no había decidido. A continuación, el señor me dijo que era hermosa y me ofreció ser la protagonista de una publicidad de su negocio de tapados y sacos (????) a lo cual respondí con un amable "ehh.. no, gracias". Valiente, el señor, porque no se resignó, me dijo su nombre, su edad, que era abuelo, dónde vivía, que no era "un baboso, ni un degenerado", me pasó su celular y me dijo que lo llamara para ir a cenar uno de estos días, así hablábamos del "proyecto". Y procedió a despedirse con un "Me vas a llamar, ¿no?". "Ehh, lo voy a pensar.." (sí, claro, en mi décima vida). A ver, Raúl, ¡que me pesan las bolsas!
Y todo esto lo rematé poniendo colorado al verdulero de nuevo.

Me pregunto yo, ¿qué tiene la vida de anormal que me levanto gente cuando más horrible me siento? Todo al revés, todo al revés. Aunque no tanto, sigo con el levante apto para mayores de cincuenta.


¡Ah, me acabo de acordar! Me dijo "humilde", ¿pueden creerlo? ¡humilde! Me estallé. Y, debe ser como vos decís, Caro, estás cosas sólo me pueden pasar a mí.