viernes, 29 de abril de 2011

Escondidas.

Me buscás y yo te esquivo, me escondo, evito que me descifres, te evito a vos de todas maneras. Finalmente me encontrás, finalmente conectamos y comienza a asomar esa parte de mi que se oculta, que no pertenece a nadie más que a mí misma y, entre mis propias grietas comienza a verse la verdad. Pero, ahh, las palabras. Si tan sólo pudieramos cuidarnos de las palabras. De esas que se clavan en la piel y la atraviesan como dagas, llegando a las heridas más profundas, reabriéndolas. Todo tipo de palabras.
Llegado un momento en mi vida, decidí que ciertas palabras sólo iban a ser voz siempre y cuando pudiera ser capaz de hacer los sacrificios que éstas implicaban. Sacrificios hondos, honestos, eternos. Porque entregarse implica profundidad y la profundidad, eternidad del vínculo.
A veces capto otras palabras, esas de desprecio, dichas en el fragor de la batalla, sin pensar. Esas que a veces tienen más consecuencias de las que una se piensa, esas que son capaces de volver el tiempo atrás, muy atrás. Ese tipo de palabras que, algún día y aún cuando tu nariz esté respirando mi aliento, te lleven a preguntarte dónde es que estoy que estoy tan lejos.

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