miércoles, 24 de agosto de 2011

Hormigas.

Escuchó un ruido repetitivo y lejano, no muy identificable. Poco a poco fue saliendo de su ensoñación y se fue dando cuenta de que era la alarma. Tanteó la mesita de luz con la mano hasta encontrar el aparato productor de tal tortura y logró apagarlo. No era un día normal, sus días normales no empezaban a las siete y veinte de la mañana.
Rutinariamente, volvió a tantear la mesita de luz con el fin de, esta vez, manotear el control remoto del televisor. La caja boba era su lámpara de noche; cada vez que necesitaba luz, la encendía. Sintonizó algún canal con la temperatura, se asomó del todo de entre las sábanas y la miró. Ya está, ya podía elegir qué ponerse. El resto de los hábitos mañaneros no difirieron mucho de los de siempre. Baño, vestirse, organizar cosas, abrigarse y salir. Sin olvidar, por supuesto, poner música en sus oídos para ir dejando ir ese típico mal humor tempranero que suele tener cada vez que madruga.
Caminar hasta el subte es su terapia. Se va despertando, va agarrando el ritmo que va a llevar el resto del día. Tiene la costumbre de caminar rápido, mirando hacia abajo y con la cabeza hacia adelante. La mayoría de los días suele mirar el piso y ver las divisiones de las baldosas, muchas veces intenta no pisarlas, otras camina sólo pisándolas. Eso es algo que va variando, va dependiendo de su humor, supone. Muy pocos, realmente muy pocos, va caminando mirando hacia adelante, haciéndole frente al mundo. Su idea en los espacios abiertos es pasar desapercibida, la asusta un poco pensar en llamar la atención.
Al llegar a la boca del subte se unió a la manada de gente que baja de los distintos colectivos siguiendo su misma dirección. Trajes, zapatos, botas, zapatillas, tapados, camperas. Gente de todos los colores. Todos yendo, todos dirigiéndose. ¿A dónde iba toda esa gente? Siempre le parecieron hormiguitas. Tenía sentido, pensaba. Las hormigas iban y venían. Iban y venían siempre siguiendo el mismo camino, porque si se desviaban corrían el riesgo de perderse, desviarse era trabajo de las exploradoras. Esos zapatos, esos trajes hacían el mismo trayecto todos los días. Se dirigían hacia no sabía donde para hacer no sabía qué y tampoco le importaba mucho. Se preguntaba sus motivos, ¿qué pensaban?¿qué sentían?¿quiénes eran?. Trataba de adivinarlos leyéndoles la cara pero era imposible, la esencia no se transmite a través de una lectura de un diario, un libro, de unos auriculares o de un bostezo inoportuno. Ella era una exploradora, decidió en el momento. Ella no quería trabajar toda su vida para alimentar un sistema más grande, quería arriesgarse, quería conocer espacios nuevos, abrir caminos que después otras hormiguitas iban a seguir en su nueva rutina. Quería lo distinto, lo misterioso. Ella era una exploradora.
El subte llegó a su destino y se bajó. Siguiendo al resto, caminó hacia el mismo lado que ellos y subió las escaleras. Emprendió camino a su trabajo y sacó su tarjeta, para ir adelantando. Y, en cada paso que dio desde la salida del subte, fue una exploradora, fue esa hormiga que salía de lo normal. Esa hormiga particular. Pero bien sabía -o tal vez no muy conscientemente- que bajo esa nueva esperanza, bajo esa nueva idea que acababa de nacerle, cargaba con el peso de ser una más de aquellas millones de hormigas obreras con las que iba y venía todos los días. Una más, exactamente igual a las otras.

2 comentarios:

maria pena dijo...

Me encantó. Mi espíritu explorador vuela...

Miss.K dijo...

Justamente, hoy en el tren pensaba algo muy simlilar. No deseo vivir atrapada en este sistema de mirda, quiero sentir, experimentar, volar...quiero que la vida sea vida, y no lo que me pasa mientras estoy ocupada haciendo "otras cosas" (frase que me viene a la cabeza miles de veces)