domingo, 1 de septiembre de 2013

La eternidad.

Una cajita, una pequeña cajita cuadrada, colorado oscuro, añejada por el tiempo. Barnizada, levemente derruida, cuya cerradura oxidada había permanecido abierta quién sabe hacía cuanto. Una pequeña cajita con tantos misterios dentro como aquellos que acompañaban su verdadero origen. Un  pequeño dragón circular en su tapa, una simbología que escapa al entender. Un mensaje intuido a medias. Una cajita percibida en ese momento de una manera y, al ser regalada por primera vez, de otra. La apreciación de distintas generaciones de un mismo objeto. Su cajita, mi cajita, la de varias. Que pasa de mano en mano y de persona en persona. Vacía, salvo por un hilo rojo que pasa inadvertido para ojos ajenos. Sin principio ni fin. Sin una pista de su verdadera importancia. La cajita completamente incompleta pero perfecta. Perfectamente imperfecta. Eterna.