domingo, 29 de septiembre de 2013

Nada cambia. La epifanía no llega y estás perdida entre lenguas desconocidas. Tus pensamientos continúan enredados y, aunque las bocas pronuncien palabras con un leve dejo de coherencia, el tremor del pecho, ése al que tanto miedo le tenés, sigue ahí. Qué contradicción el ser humano, qué talento, qué poder el de sentir al mundo en toda su gravedad y, al mismo tiempo, poder caminar sobre él con tanta ligereza y despreocupación.



Es muy insoportable la levedad del ser, casi tanto como su gravedad.


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