lunes, 17 de octubre de 2011

El eterno forcejeo

Hace un tiempo, por la época navideña, no sé si ustedes recordarán (y si no recuerdan, bien les vendría entonces leer esta entrada. Y ya que están, si no leyeron esa, vayan para atrás y lean todo el blog de principio a fin que les va a llevar algo así como tres días porque tiene casi quinientas entradas. Digo, para ir poniéndose al día nomás.) mi abuela paterna me dijo algo bastante desubicado. Ella es así, me dice cosas desubicadas, yo desaparezco por tres meses prometiéndole que voy a ir a almorzar o cenar a la casa y después no vuelvo hasta la siguiente fecha obligatoria. Es nuestra relación y funciona en un perfecto statu quo (¡ja! Usé latín, ¡cómo les quedó el ojo!). No sé realmente cuándo empezó esta forma de relacionarnos, pero tengo grandes sospechas que fue el mismísimo día de navidad. No hay problema, puedo manejar el mal trago, en general y cuando mi autoestima no está baja -lo cual es el 95% del tiempo: cuando no me estoy mandando la parte, claro-.
El recuerdo del momento lo traigo ahora a colación porque tuvimos un segundo round con mi abuela ayer. No podía seguir zafando de ir a la casa, ayer era el día de la madre y me tocaba hacer la santa visita. Todo fue bastante tranquilo y esperaba que la vigilia transcurriera apaciblemente cuando mi abuela la remató diciéndome "¿Nena, no pensaste en hacerte algo para tratarte la cara? Tenés muchos granos."
Muchos: la nueva definición de cuatro granitos pequeños y varias lastimaduras en la cara post sesión de cosmiatría.


Touché, abuela.

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